21 octubre, 2008

Crónica emocionada de la Capital de México: La ciudad



Me resulta difícil hablar de tantas experiencias, contactos, amistades, afectos, libros, imágenes, impresiones en un viaje de ocho días (del 11 al 18 de octubre) pero muy intensos y que iré desgranando poco a poco. Era la primera vez que realizaba un viaje al continente americano, primero Alicante- Madrid, más tarde once horas de avión desde la capital de España son muchas horas pero la ilusión lo compensa todo. Intentaré reflejar aunque sea de forma atropellada en esta primera aproximación y en las sucesivas esos momentos irrepetibles que me llenaron de muchas satisfacciones. Todo comienza con la invitación que me ofrece generosamente la Fundación para las Letras Mexicanas, modelo imponente de buen hacer y apoyo para los jóvenes creadores del país. Una gran sorpresa que hizo posible el encuentro con unas gentes y una tierra a la que siempre he considerado hermana.

La ciudad de México es una gran urbe, mestiza y diversa, desmedida en su crecimiento, sin límites, inabarcable, desigual, profundamente marcada por los contrastes sociales y económicos. En ella conviven culturas y ritos antiguos con la modernidad, creencias religiosas y ancentrales dioses, coches de lujo con destartaladas camionetas, edificios que desafían las alturas con modestísimas construcciones de ladrillo, la opulencia y la necesidad se dan la mano en una ciudad que se reinventa cada día, que mantiene sus sueños y vuelve a nacer de los desencantos y las injusticias. La poesía se reconoce en las calles y en los sueños de México. La huella de los siglos, el arte y la literatura están presentes en toda la ciudad, viejas piedras milenarias, iglesias, palacios, construcciones civiles, museos, artesanía, murales, grafitis, mercados, puestos ambulantes. La ciudad, asentada en un antigua laguna está marcada por el hundimiento del terreno y por el movimiento sísmico de 1985, convulsa en ocasiones, inquieta siempre, soñadora, laboriosa, surcada de kilómetros y kilómetros de asfalto que recorren la ciudad, en ocasiones irrespirable de polución. Lo mejor, sus gentes, que te desean en el restaurante que pases un buen día o te preguntan ¿cómo está señor?, o en otros ámbitos nombran cariñosamente con la palabra "maestro" a todo aquel que realiza una actividad creativa. He recorrido la ciudad de la mano de buenos amigos y de mis primos de Córboba, y eso se agradece tanto que afectivamente descubres que no has llegado a un país extranjero. He sentido que esta ciudad que se derrama en cada calle, que se reinventa cada día es donde nacen los sueños y las creaciones del arte, de la literatura, la arquitectura o la música de tantos mexicanos a los que admiro. La ciudad (la plaza del Zócalo, la catedral, los murales de Diego Rivera, Bellas Artes, el Museo de Antropología, las bibliotecas, etc.) se convierte entonces en más querida para mí, más cercana, más luminosa, más real, más profunda...


2 comentarios:

María García Esperón dijo...

Una crónica tan emocionada provoca emocionadas y nuevas lecturas.

Gracias por renovar nuestra mirada.

Pedro Villar Sánchez dijo...

Gracias a vosotros por hacerla posible.

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